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Vademecum De Emociones: La Ira

Un largo abanico de palabras entra en lo que podemos denominar la familia de la ira: cólera, furias, rabia, indignación, irritación, fastidio u odio, entre otras. La ira se genera cuando tenemos la sensación de haber sido perjudicados. La frustración que supone un obstáculo que se interpone en nuestro camino y nos impide alcanzar nuestros logros puede ocasionar ira. Igualmente, puede producir ira la sensación de ser manipulado, engañado, traicionado, etc.

Una característica de la ira es que, cuanto más pensamos en las causas, más razones y justificaciones tenemos para estar furiosos, y cuantas más vueltas le demos al asunto, más avivamos las llamas de esa ira. La gestión de la ira debe ir en la dirección de ver las cosas de forma diferente: enmarcar la situación desde un punto de vista más positivo es una de las formas más potentes de calmar la ira cuando se ha pasado la fase más aguda. Pero no siempre somos capaces de hacerlo.

Conviene subrayar los enormes costes de la ira para facilitar una toma de conciencias de la importancia que tiene su regulación. Cuando nos dejamos llevar por la ira, se puede producir efectos adversos como:

  • Destruir relaciones interpersonales
  • Afectar a las relaciones laborales
  • Fomentar la agresividad
  • Provocar trastornos cardíacos

Algunas personas creen que la manifestación agresiva de la ira ayuda a conseguir lo que queremos. La evidencia ha demostrado que en realidad muchas veces impide conseguirlo, sobre todo cuando se realizan análisis a largo plazo. Por otro lado, la mayoría cree que son los acontecimientos externos los que provocan estados de enfado. Sin embargo, no hay que olvidar que nuestras creencias inciden en la valoración de los acontecimientos, y es a partir de la valoración cuando se activa la emoción. Dicho de otra manera, son nuestras creencias las que provocan la ira.

Para explicar esto, veamos un ejemplo. Imaginemos una pareja formada por Jesús y Marta que se está divorciando. Es probable que cada uno de los dos haya pasado del amor al odio. Cuando se enamoraron, cada uno era para el otro el colmo de las virtudes, pero ahora son el colmo de los defectos. Imaginemos cómo son cada uno de ellos a los ojos de sus amigos. Seguramente llegaremos a la conclusión de que como personas no han cambiado mucho. Por lo tanto, lo que ha cambiado ha sido la relación entre ellos dos y las creencias que cada uno tiene respecto al otro. Esto nos permite llegar a la conclusión de que debemos sentirnos responsables de nuestras creencias, ya que de ellas se pueden derivar percepciones distorsionadas de la realidad que inciden sobre las emociones.

Cuando se experimenta ira, muchas veces ésta es consecuencia de creencias irracionales sobre la situación, las cuales nos llevan a un diálogo interno con afirmaciones como: “No soporto que me hagan esto”, “Lo hace para fastidiarme” o “Es terrible vivir de esta manera”. El hecho de vivir algo como insoportable, intolerable o terrible obedece a creencias irracionales. Si así lo creo, inevitablemente voy a imponer algún tipo de castigo que para mí sea de justicia, aunque probablemente sea más bien una venganza por la ofensa que he experimentado emocionalmente. Pasar de las creencias irracionales a las racionales supone cambiar el pensamiento anterior por otro en el que las afirmaciones son del orden siguiente: “Esto no me gusta”, “Ojalá no hubiera ocurrido” o “Siento decepción, frustración, tristeza, dolor”. Si vemos clara la diferencia, se entenderá mejor lo que se quiere decir al afirmar que son nuestras creencias las que provocan la ira. La ira es consecuencia de las creencias que tenemos sobre los demás con relación a nosotros.

Hay tres creencias básicas que caracterizan la ira: debo, debes y debería. Son tres imperativos obsesivo-dogmáticos que presiden la neurosis:

  • Debo actuar absolutamente bien y ser aprobado por personas importantes, de lo contrario me invade la culpabilidad, la ira contra mí mismo, la ansiedad y la depresión.
  • Debes tratarme bien y con amabilidad, de lo contrario me siento tratado con desconsideración o maltratado, ofendido, a veces insultado, y me invade la ira de forma incontrolada.
  • Debería suceder todo siempre como a mí me gusta. Como tengo muy baja tolerancia a la frustración, si todo no va como deseo, me enfado y me deprimo.

La ira muchas veces surge porque estoy convencido de que yo tengo toda la razón y el otro está completamente equivocado. De esto se deriva que para regular la ira conviene aprender a autocriticar las creencias irracionales que tenemos sobre las personas y diferenciarlas de las creencias racionales. Por otra parte, hay evidencia de que de la frustración se pueden derivar comportamientos de violencia, ya que la ira y la frustración tienen muchos elementos en común.

 

 

Referencias:

Redorta, J., Obiols, M., Bisquerra, R. Emoción y conflicto. Aprenda a manejar las emociones. Paidós, 2006.

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